Para principios del nuevo milenio, el
capitalismo, socialismo o cualquier otro intento de organizar la progenie
humana, son expresiones ya obsoletas del Estado que finalmente nos han
convertido en una raza miserable. Nos hallamos en medio de una dicotomía
dificilísima donde reconocemos dos caminos posibles y sus consecuencias. O
dejamos que sentimientos primitivos como la avaricia sigan tomando cada
decisión y nos destruyamos definitivamente, o resolvemos evolucionar y cambiar
lo que sabemos que hay que cambiar y evitar consecuencias irreversibles para
nuestro planeta y nosotros mismos. Como una raza muy joven y torpe nos es
difícil decidir, pero hemos dado el primer paso reconociendo nuestros errores y
sabiendo que es lo que se debería hacer. Solo queda hacerlo.
***
La humanidad ha encontrado en el Estado su máxima
expresión como comunidad funcional e inteligente para organizarse a ella misma.
A través de la historia ha explorado y amplificado el lenguaje con que fue
dotada y ha sabido reconocer su propia belleza y lugar en la naturaleza.
El ser humano, tan capaz, tan autocrítico, con
sus grandes saltos casi cuánticos hacia nuevas tecnologías, ha sabido también
alcanzar un lugar espantoso como una raza miserable de sí misma y parásita del
planeta que habita para principios del siglo XXI.
Más difícil que deducir las ecuaciones que rigen
la naturaleza y el universo entero. Más difícil que escribir Cien Años de
Soledad o componer la Sinfonía 40. Más difícil que saber manipular el
repertorio genético de cualquier organismo vivo. Más difícil que todo ello es
organizar algunos millones de personas dentro de una ciudad.
Una manada de leones, un nido de avispas o una
familia de pingüinos, todos ellos ejercen una simbiosis mutualista con el
planeta de la manera más armoniosa como el mejor reloj suizo. Toda ley de la
naturaleza se cumple y toda ley es perfecta y hermosa. Cada criatura que habita
este hermoso planeta interactúa con él en perfecto equilibrio. Cosa que el
hombre no hace.
Es difícil afirmar que el homo sapiens sea
un mamífero. Todo mamífero logra una armonía con su entorno. No hay que mudarse
muy lejos, la tierra provee, el mamífero toma y repone. En cambio, el ser
humano encuentra un buen lugar para establecerse y pronto esteriliza y agota
todo recurso y remonta un vaivén de nuevos destinos. Horrendo acto para la
tierra que alguna vez fue negra, húmeda y fértil. Y si se establece en una
ciudad el desorden y el abuso de los recursos es infinito y cruel.
Hasta ahora fuimos malditos y bienaventurados con
el lenguaje que Dios o la evolución nos ha otorgado y que nos dista de
cualquier otro ser vivo. Este lenguaje nos ha hecho lúcidos de nuestra
existencia y rol en el universo. Nos ha concedido la capacidad de tomar
decisiones conscientes y hasta este momento, con nuestra joven inteligencia,
nos ha sido difícil sobrellevar tal capacidad.
Aun así, es hoy realmente que somos conscientes
de lo que estamos haciendo y como pueden repercutir nuestras acciones. Sabemos
que seguir viviendo de la misma manera producirá cambios permanentes en nuestro
curso y el de la naturaleza.
Con el Estado hemos querido organizar nuestra
casta como una maraña funcional que plazca la necesidad de cada individuo.
Alguna vez hemos oído que la finalidad del Estado es conseguir la realización
del bien general [1]. Ni siquiera el viejo continente ha conseguido aplicar la
propia definición de lo que es cualquier Estado y ya es tarde para seguir
diciendo que el tiempo nos hará madurarlo. El Estado como tal no da más, es
disfuncional, está agotado. Hay que reconsiderar sus mismísimas bases porque
estamos enfrentando tiempos turbulentos donde cambios definitivos son
inminentes si no se toman decisiones rápidas.
El ingeniero tiene en sus manos la capacidad para
hacerle disfrutar a la sociedad del avance de la ciencia [2]. El impacto social
y ambiental del ingeniero, en estos tiempos de cambio necesario, debería ser
más fuerte que el de cualquier otra profesión en el mundo, y no así el del
político. Los ingenieros reconocemos que la vida, la seguridad, la salud y el
bienestar de la población dependen de nuestro juicio [3]. Desde hace más de 200
años, los ingenieros han sido quienes moldearon los cimientos de las ciudades
modernas. Los ingenieros deben retomar las riendas de la sociedad que es
lo que está implícito dentro de su definición.
Hemos visto suficiente y ahora podemos afirmar
que el capitalismo o el socialismo son expresiones obsoletas del Estado.
Estamos estancados y debemos evolucionar la manera como organizamos nuestra
sociedad.
Sabemos demasiado para seguir dejando que un
puñado de apellidos rija el camino que la sociedad tome y que esta encamine sus
caprichos y deseos de poder absurdos y retrógrados.
Sabemos demasiado para permitir que las
multinacionales, gobiernos y nosotros mismos financiemos millones de asesinatos
a causa de fármacos o de piedras y metales preciosos.
Sabemos demasiado para seguir marchando en
arcaicos motores de combustión de fósiles porque el mismo puñado de apellidos
sea dueño del petróleo, cuando tenemos diversas tecnologías blandas listas hace
décadas para poner en marcha los caminos.
Sabemos demasiado para seguir dejando que la
gente muera, sufra, enferme, embrutezca, entristezca y empobrezca, porque la
nómina dicta la mayor reducción de costos posibles y la polarización crece y
crece.
Sabemos demasiado y hemos visto suficiente.
Alcanzamos un punto de inflexión, el borde de un abismo. Cambiar el curso de
acción es imperativo.
Nunca ha sido tarde o trillado volver al corazón
humano para que éste dicte la toma de decisiones. Recordemos las mismísimas
bases de nuestra humanidad y evolucionemos hacia los más básicos y simples
quereres.
Quiero vivir en paz, quiero respirar aire puro,
quiero caminar sin miedo por las calles, quiero gente en la academia, quiero
buenas convicciones, quiero ríos con peces en ellos, quiero mi familia, quiero
el verde y el azul de mi planeta.
Aprendamos a seleccionar nuestro futuro linaje.
Escojamos quien sigue adelante. Aprendamos a sobrellevar la responsabilidad que
el lenguaje nos ha encargado.
Quiero lo mismo que podría disfrutar hoy mismo
pero sabiendo que hay paz y que le somos útiles a nosotros mismos y al planeta.
No es cuestión de dinero, ni ideales, ni políticas, ni creencias. Toda raza
querría tan solo vivir feliz. Es cuestión de eliminar lo que no sirve y
organizar un poco. Evolucionar.
¿Por qué desear ser un pajarito libre de
prejuicios, si puedo ser digno y jactarme de ser un humano complejo y feliz?
Óscar Pérez
Ingeniero de Materiales
Universidad de Antioquia
Referencias
[2] Theodor von Kármán
[3] Ley 842 de 200, COPNIA